Tenemos un sistema administrativo lleno de duplicidades, ineficaz y derrochador. La transparencia es mínima y apenas hay control del gasto público ni evaluación de la eficacia de las ayudas, subvenciones e inversiones. Se han tirado enormes sumas en televisiones autonómicas deficitarias y muy caras, en aeropuertos sin pasajeros o en universidades de poca calidad sólo para favorecer ínfimos intereses electorales. El AVE es un gran tren, pero caro y subvencionado por el Estado en sus dos terceras partes. Se contratan a dedo más empleados públicos y asesores de partido en vez de dar trabajo a los funcionarios neutrales y profesionales. Las administraciones gastan muchísimo en publicidad superflua para favorecer a los medios de comunicación afines. Y ese dinero es el que luego falta para mantener carreteras y ferrocarriles, invertir en educación y sanidad, en nuevas empresas innovadoras o apoyar a los parados con un subsidio digno.
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