A lo largo de estos últimos meses he recorrido España un par de veces explicando nuestras propuestas y escuchando las preocupaciones y sugerencias de los ciudadanos. El denominador común de esos eventos ha sido la participación espontánea de los asistentes, el lleno absoluto de los salones, el alto porcentaje de jóvenes, la emoción y la esperanza reflejada en la voz y la expresión de quienes tomaban la palabra
Cada día algún joven nos contaba su experiencia y su frustración por no poder desarrollar en nuestro país la formación que había recibido; cada día personas de mediana edad analizaban la falta de expectativas de la gente de su generación cuando perdían el empleo y nos llamaban la atención sobre el riesgo de exclusión social de sus hijos; cada día alguien nos exigía que no toleráramos la impunidad de quienes habían arruinado las Cajas de Ahorro y ahora se iban con pingües pensiones e indemnizaciones; cada día alguien denunciaba que la Ley de Dependencia no se aplicaba en su Comunidad; cada día alguien alertaba sobre los fraudes y las corruptelas; cada día exigían que se cambiara la ley electoral, que se abrieran las listas, que se limitaran los mandatos… Una buena lección práctica para aquellos que han olvidado lo mucho que tenemos en común los ciudadanos de una nación llamada España.
He sentido la emoción compartida ante una aventura que se nos antojaba tan ardua como necesaria de acometer. He escuchado la palabra “esperanza” en cada rincón de España; he visto sonrisas radiantes y ojos brillantes; he oído hablar a personas mayores reconociendo que sus hijos o nietos les habían llevado a escuchar un discurso político porque querían que recuperaran la “fe” en la política; he visto a chavales emocionados y felices celebrar sus primeras elecciones y sus ganas de participar en ellas…
Cuando hemos hablado de los vínculos de ciudadanía siempre ha sonado un aplauso que entrelazaba a esos centenares de personas desconocidas entre si que se sentaban una cerca de otra buscando, sin saberlo, sentirse parte de esa mayoría de españoles que reivindican un discurso común. Cuando hemos hablado de la necesidad de que exista en España un partido inequívocamente nacional que defienda el Estado como instrumento imprescindible para garantizar la igualdad, la gente ha asentido de forma abrumadora. Cuando hemos explicado la necesidad de defender los símbolos de orden constitucional porque son los que representan nuestros derechos políticos –ver una gaviota cuando paseamos por la costa no nos llama la atención pero para un naúfrago representa que la tierra está cerca- todos han entendido que nada es más patriótico que la defensa de la libertad y la igualdad. Cuando apelado al libre albedrío para definir la sociedad en la que queremos vivir y la que aspiramos para nuestros hijos, todos hemos convenido que no hay nada que se nos pueda resistir si de veras queremos hacerlo, que sólo quien no se arriesga a ganar ha perdido para siempre la batalla.
Hoy, una semana después de que las urnas se hayan cerrado y el recuento haya sido hecho, doy las gracias a todos los que habéis hecho posible lo que hace nada parecía un sueño. Hemos aprendido que no hay temor mayor que el que está en nuestra cabeza, que la única barricada imposible de sortear es aquella que nosotros mismos construimos. Y releyendo a Chesterton, he buscado un pasaje de “El ángel rojo”, un breve relato en el que ensalza el valor pedagógico de los cuentos de hadas:
“Veo que verdaderamente hay personas que creen que los cuentos de hadas son perniciosos para los niños…Si les ocultáramos los duendes y los espectros a los niños, los crearían ellos mismos. Un niño pequeño es capaz de imaginar monstruos demasiado negros y grandes para tener cabida en un cuadro…El temor no procede de los cuentos de hadas; el temor procede del universo alma.
Así que los cuentos de hadas no son responsables del temor infantil, ni de ninguna otra variedad de temor; los cuentos de hadas no le inspiran al niño la idea del mal o de la fealdad; eso está ya en el niño, porque está en el mundo. Los cuentos de hadas no le proporcionan al niño su primera intuición de la existencia de los espectros. Lo que le proporcionan por vez primera es la intuición clara de que es posible derrotarlos. El bebé conoce íntimamente al dragón desde que tiene imaginación. Lo que le presta el cuento de hadas es un San Jorge para matar al dragón.
Es lo que hace exactamente el cuento de hadas: acostumbrarlo, mediante una serie de imágenes sencillas, a la idea de que los terrores ilimitados tienen límites…”
Bueno, pues esa sería una de las enseñanzas: al contrario de lo que ocurre en las novelas modernas, en los cuentos de hadas el universo se vuelve loco, pero el héroe no. Los héroes –los san jorges- de este tiempo sois el millón ciento cuarenta mil doscientos cuarenta y dos ciudadanos que decidisteis vencer al dragón con el arma más poderosa que existe: el ejercicio de la libre determinación. Sois los héroes cuerdos embarcados en esta aventura loca de la regeneración democrática en España.
Gracias.
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